martes, 29 de julio de 2008

Control de Lectura 6


Las violetas de casa


Reseña 1

Schiller, Herbert I., 1993, "5. Las corporaciones se apropian de la expresión pública", Guadalajara, UdeG, en: Cultura, $. A. La apropiación corporativa de la expresión pública. (pp. 123-150).

El título del capítulo 5 del libro de Schiller, resulta ilustrativo de la enajenación de los sitios y canales de la expresión pública y la creatividad por las grandes corporaciones. Los sitios van de los museos a las plazas públicas, de la calle a los hogares, y de canales como la radio y la televisión. Todos ellos, dice Schiller “son sitios de interés público… Si estos recursos vitales son apropiados para fines privados, la salud y la conciencia humana misma peligrarán” (p. 123).

El autor hace referencia a un libro de Hans Magnus Enzensberger (1962) quien hablaba ya en los años sesenta de la “industria elaboradora de la conciencia”. Decía Enzensberger que un reducto importante de la libertad del hombre se encuentra en su creatividad, y que ella constituye una fuente de resistencia y cambio social. Sin embargo recomendaba a los actores sociales que antes de ser excluidos o de autoexcluirse, era preferible “entrar al juego y correr los riesgos calculados”.

Las grandes corporaciones y sus capitanes han entrado de lleno en las industrias culturales para tomar el control de la expresión pública. Schiller expone el caso de dos los museos más afamados de los EU: el Metropolitano y el de Arte Moderno de Nueva York. Ambos han venido sirviendo desde los años ochentas como escaparates publicitarios de las empresas que patrocinan las exposiciones. Nuestro país no se ha quedado atrás. El museo mayor de las culturas prehispánicas, el Museo de Antropología, ha servido como pasarela para diversos festivales de la moda o para eventos corporativos, y lo mismo ha sucedido con otros edificios públicos. No se diga de los museos privados como el Soumaya (de Carlos Slim), el Amparo (de los sucesores de Espinoza Iglesias), el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO), ligado a los poderosos intereses industriales de Nuevo León, cuyo lema en su sitio web dice: “El marco ideal para tus eventos”. Para estos mecenas, el arte y la creatividad son un negocio, la compra de obras de arte es “imagen” que reditúa beneficios económicos y omite el pago de impuestos.

Como se pregunta Schiller, qué pasa cuando un objeto arte es sacado de su contexto social e histórico, y va a dar a una vitrina de museo. Simplemente pierde significado, deja de existir una relación con el autor y con el entorno en el cual fue creado.

El llamado patrocinio corporativo es hoy día un elemento constitutivo de las bellas artes. Así podemos ver que empresas como Telmex, Televisa, Cemex, y otras, fijan sus logotipos en espectaculares, carteles y programas de mano de todo tipo de eventos, ligados o no con las bellas artes. Hay incluso patrocinadores oficiales para la selección mexicana, escuderías de fórmula 1, alpinistas que van al Everest, etcétera.
Este dominio de la expresión pública por parte de las corporaciones también tiene lugar en los centros comerciales, que son como el arquetipo del “paraíso comercial”. Como señala Jacoby “existe un equívoco generalizado en el sentido de que los centros comerciales son propiedad pública. Son un lugar de reunión colectiva, pero con propiedad privada” (p. 136).

Qué pensar cuando cada año se convoca desde la televisión a participar en eventos que pueden tener fines “nobles” como el Teletón, que no sólo le reditúa beneficios y preferencias a la empresa Televisa, sino que con el dinero recaudado crea hospitales y los asume como propios. Pero es cuestión de imagen corporativa, pues la “gente se beneficia de lo que parece ser un subsidio social de parte del sector privado… La atención del público se enfoca en la corporación como benefactor social” (p. 144).

Schiller se refiere al papel de la televisión como parte del control de las corporaciones sobre la expresión pública. Es el maridaje entre las grandes corporaciones de medios y el gobierno, al que se refiere el doctor Guillermo Orozco. En el caso de nuestro país, Televisa ha jugado el papel de vocero del gobierno en turno. Sólo basta con ver lo que pasó en la cámara de diputados el primero de septiembre, cuando se censuró a la presidenta en turno del poder legislativo. El secretario de Gobernación aludió a una falla técnica y despidió a un funcionario menor.

Vale la pena seguir en estos momentos los debates entre los grupos legislativos, los dueños de los medios, y algunos intelectuales y políticos, sobre la reforma a la ley federal de radio y televisión, desde la óptica de Schiller. Es decir, cabe preguntarse qué tanto van a influir las grandes corporaciones para una reforma a su modo, que continúe con la apropiación de los espacios y canales de la expresión pública, o bien, en tanto asuntos de interés público, los medios puedan dar cabida a expresiones y voces distintas de la sociedad, como las asociaciones de profesionales, los colectivos de arte, las instituciones educativas, las minorías étnicas, las organizaciones civiles y culturales, etcétera.

Reseña 2
Moraes, Dènis de, 2005, “Capítulo 2. Lógica de los medios en el sistema de poder mundial”, en: Cultura mediática y poder mundial, Bogotá, Grupo Editorial Norma, pp. 49-85.

El avance neoliberal, nos dice el autor, ha sido estructurado por las industrias de la información y el entretenimiento en el terreno de lo simbólico, que han tomado para sí la hegemonía en el ámbito de la circulación de las ideas y el control de los flujos de información a nivel mundial. Este proceso ha tenido y tiene sustento en el sector de las “infotelecomunicaciones” en donde asistimos a un proceso de concentración de medios, que permite que en cualquier lugar del planeta se difunda el mismo tipo de representaciones y mensajes. De Moraes los llama “agentes operacionales de la globalización”, desde el punto de vista de la enunciación discursiva (p. 59).

Lo anterior es la expresión de lo que Ignacio Ramonet llama en su libro Un mundo sin rumbo. Crisis de fin de siglo (1997) el “pensamiento único”, es decir, “La traducción en términos ideológicos de los intereses de un conjunto de fuerzas económicas, en especial las del capital transnacional, aquellas empresas que están detrás de las grandes marcas, los principales grupos multimedia, los grandes fondos de inversión, etcétera”.
Uno de los fenómenos más visibles del capitalismo en su fase actual ­–de reproducción ampliada, la llama De Moraes– ha sido la convergencia de los sectores de medios, telecomunicaciones e informática, organizados en tres elementos esenciales: 1) la optimización de sus infraestructuras industriales, vía la fusión y alianzas de los conglomerados transnacionales; 2) La conexión entre los sistemas de transmisión en redes compartidas, y 3) la generación de contenidos digitales que alimenten los nuevos canales de distribución, con internet y la televisión a la cabeza.

El cuadro siguiente puede darnos una idea de la magnitud de estos cambios en el terreno económico, con sus derivaciones en la política, la ideología y la cultura.



Son estos conglomerados de medios que desempeñan también la función de “agentes económicos globales”. La apertura y la competencia por los mercados se ha fundado sobre la base de tres prescripciones: a) desregulación de normas de telecomunicaciones; b) diferenciación de tarifas conforme a los tipos de usuarios y servicios, y c) regulación mínima de los sectores privatizados (p. 56). Es el “dejar hacer, dejar pasar” del neoliberalismo, que permite el establecimiento de alianzas con las empresas y grupos de poder locales y regionales, a fin de poder intervenir y muchas veces imponer acuerdos ventajosos para sus intereses, frente a la pérdida de poder de los estados nacionales.

Para De Moraes “vivimos un cambio de paradigma comunicacional. Del modelo mediático evolucionamos hacia lo multimediático o multimedia, bajo el signo de la digitalización” (p. 59). El lenguaje binario ha favorecido la hibridación de la transmisión de datos, imágenes y sonidos, que es en el fondo la digitalización del conocimiento, cuya difusión por los nuevos canales y soportes “multiplican los flujos informativos, financieros, culturales y comerciales” (p. 60).

La reestructuración de las corporaciones a partir de un centro de inteligencia que tiene a su cargo la formulación de prioridades, directrices, planes y programas, han estado acordes con los parámetros de rentabilidad para las subsidiarias y filiales. Empresas gigantescas como Time Warner, Viacom, Sony, NBC-Universal, han adoptado modelos de administración basados en una red de fragmentos y nódulos que permitan al mismo tiempo la integración y la descentralización.

Esta organización de los grandes conglomerados de medios ha producido una segmentación de las audiencias, sin tomar en cuenta las enormes desigualdades sociales que tienen lugar entre el norte y el sur, y al interior de regiones como África y América Latina. Veamos un dato comparativo: “La facturación anual de las 220 mayores compañías equivale a la riqueza combinada del 80% de la población mundial” (p. 68). Y esta es una manera de repartir no la riqueza sino la pobreza.

En las economías menos desarrolladas los efectos de la introducción de tecnología en los procesos productivos y en el área de servicios, conlleva los despidos masivos y las reducciones de personal constantes. A lo que hay que sumar los bajos salarios, la extensión de la jornada laboral, la pérdida de derechos laborales, como producto de las “reformas necesarias” para “dinamizar el mercado”. Ello acentúa los desequilibrios estructurales y la desnacionalización de las áreas estratégicas de comunicación: Argentina, Brasil, Chile, Venezuela, Colombia y México, las economías más desarrolladas de la región, son una muestra clara de eso.

La reforma de la ley de radio y televisión en México hizo intervenir, incluso, al Suprema Corte de la nación para dar marcha atrás a la nueva ley, por flagrantes violaciones constitucionales. Esta será una batalla en la que el conflicto entre los intereses de empresas como Televisa y TV Azteca, que a su vez representan a los consorcios transnacionales, con lo que Schiller llama los espacios y canales de expresión públicos.

Ante esta situación desventajosa, De Moraes propone revitalizar la sociedad civil y revalorizar la política “como ámbito de representación de deseos y de revitalizar los lazos comunitarios” (p. 79). Se requiere, para ello, el establecimiento de políticas públicas de comunicación mediante mecanismos de consulta democráticos para la regulación, la concesión y fiscalización. De Moraes retoma las cuatro medidas propuestas por García Canclini (2003) para salvaguardar las identidades culturales en Latinoamérica. Estas son:

  1. Los gobiernos deben preservar el patrimonio histórico tangible e intangible.
  2. Acciones articuladas que involucren a una sociedad civil más participativa.
  3. Políticas públicas que apoyen la producción y la creatividad cultural en la región.
  4. Protección jurídica de los productos nacionales y mecanismos de regulación de los intercambios de programaciones e imágenes. (p. 80).

Para de Moraes se requiere el establecimiento de redes, de sistemas organizacionales que permitan el trabajo en colaboración, y el establecimiento de objetivos y valores comunes, sin olvidar “las formas tradicionales de movilización colectiva”. No se trata de hacer a un lado las posibilidades organizativas y de articulación que permiten tecnologías como Internet, sino de valorar la importancia de las mediaciones sociales y los mecanismos clásicos de representación política.

Una manera de medir fuerzas con las empresas monopólicas de la televisión mexicana que pretenden la preservación de privilegios y la apropiación de recursos que pertenecen a la nación, será la discusión sobre la reforma a las leyes de radio y televisión. ¿Se formarán estas redes de las organizaciones civiles, profesionales y políticas, que permitan una reforma acorde con los intereses de expresión, educación y cultura de la población o se establecerán nuevas alianzas entre los grupos hegemónicos y políticos para mantener el estado de cosas? La respuesta está en el aire.