domingo, 15 de marzo de 2009

Control de Lectura 14: Reseñas 1 y 2

REY, Germán, 2003, “Ver desde la Ciudadanía” en Veedurías y Observatorios, Colectivo La Tribu (Coords.), Ediciones La Tribu, pp. 12-21.

Tiene razón Germán Rey en señalar que cada cierto tiempo aparecen nuevos territorios en las sociedades. Y éstos surgen cuando se han gestado una serie de condiciones, por lo general durante los periodos de crisis. Tal es el caso de los observatorios y las veedurías en América Latina.

Luego de una larga noche de dictaduras de los años 70 a los 90, las sociedades latinoamericanas se recomponían y nuevos actores sociales hacían acto de presencia en distintos ámbitos: países como Argentina, Uruguay, Chile, Bolivia, Colombia, Venezuela, Perú y México, dejaban atrás regímenes autoritarios, no de manera gratuita, sino como producto de las presiones democratizadoras de distintas fuerzas sociales y populares a lo largo de esas dos décadas. Entre estos organismos ciudadanos están los llamados Observatorios y las Veedurías.

Lo que debe destacarse es el surgimiento de organismos civiles y profesionales que comenzaron a prestar atención a los medios, a la comunicación y al poder, desde el terreno de la ciudadanía. Aquella función de vigilancia que Lasswell señalaba para los medios, ahora se revertía de los ciudadanos hacia los propios medios: es necesario observarlos, verlos, con marcado acento político. Y es que los medios habían venido jugando un papel no sólo de voceros del poder en turno, sino que sus prácticas informativas ya no se correspondían con sus maneras de representar los problemas sociales o por la invisibilidad de temas y actores (en México se representa con la frase de Salinas seguida al pie de la letra por ciertos medios: “ni los veo, ni los oigo”).

Germán Rey señala acertadamente que esta crisis lo es también de “los modelos de construcción de información, del periodismo y de los medios” (p. 14). La prolongada hegemonía de la televisión mexicana (Televisa) había tocado fondo con la muerte del “Tigre” Azcárraga. Con la asunción de Emilio Jr. se dejaba sentir a su interior una transformación desde la cúpula: los Zabludovsky, padre e hijo, eran despedidos y se intentaba dar una nueva imagen a los programas informativos de la empresa. La falta de credibilidad en ellos y la creciente preocupación en sectores cada vez mayores respecto de una nueva ley de medios son algunos de los nuevos signos de la llamada transición (incompleta).

Y esto es algo que con distintas vertientes e historias propias ha sucedido en países como Perú con la dupla Fujimori-Montesinos, y el papel reaccionario de los grupos mediáticos en Venezuela y Colombia. Como dice Rey: “Lo que se está poniendo en cuestión es, además del sobredimensionamiento del rol social de los medios (…) la propia manera de hacer periodismo” (p. 15). La tradición de un periodismo combativo, de investigación, de medios independientes del poder, recobraba su energía y ponía en crisis a los medios de prácticas periodísticas anodinas y sin profundidad. En México está el caso de la Revista Proceso que ha enfrentado con dignidad y con un periodismo de investigación, a los personajes del poder.

El autor hace una síntesis de los conceptos “ver” y “observar” que tienen “una larga tradición en la filosofía, el arte y las ciencias” (p. 15). La primera idea es que lo que realmente se ve es lo que existe. La segunda es que el “observar” es una manera de reconocer las contingencias del “ver”, pues se requieren diversas miradas para captar y comprender los “prismas sociales”. Una tercera idea es que lo que se ve por los observatorios es mucho más de lo que pasa en y por los medios. Por ello una preocupación latente es cómo se pueden articular las acciones y los esfuerzos con proyectos sociales y políticos más amplios. Una cuarta idea es las necesaria conexión que debe haber entre las miradas y la acción (pensemos en el caso bochornoso de Mario Marín-Kamel Nacif-Succar Kuri, en contra de la periodista Lydia Cacho, que está poniendo a prueba a las instituciones de justicia mexicanas). Una quinta idea es que no es tanto “la representación que hacen los medios o sus contenidos sino, sobre todo, los vínculos de los medios con el ejercicio de la ciudadanía” (p. 17).

Germán Rey hace un repaso de observatorios y veedurías constituidas en varios países de América Latina, cuya labor ha tenido repercusiones importantes en cuestiones sociales como los derechos humanos, los problemas que aquejan a los niños y mujeres, los que cuestionan los noticieros y los contenidos de programas de televisión. Y en algunos de ellos podemos ver a organismos de la vertiente liberadora de la iglesia católica, que han jugado un papel muy importante en la defensa de movimientos civiles y actores sociales. Sin embargo no menciona ninguno de México.

En el caso de nuestro país vale la pena citar el “Observatorio y monitoreo ciudadano de medios” (OMCIM) que desde los años noventa y ante “los diversos cambios que ha tenido el escenario político en México, han generado nuevos comportamientos y enfoques que influyen de manera directa en los temas propios de la agenda pública. Actores que tradicionalmente fueron relegados o bien meros instrumentos del poder en turno, adquieren hoy posiciones protagónicas en tanto dejan de ser espectadores pasivos y se convierten en sujetos activos pendientes del comportamiento, por ejemplo, de la función pública” (ver su página en la dirección: http://observatoriodemedios.org.mx/drupal/?q=node/5 ).

En el documento de su proyecto señala que la actividad de monitoreo que realizan los observatorios ciudadanos de medios, tanto a noticiarios como a programas de entretenimiento o de cualquier otro tipo, adquiere gran importancia, pues contribuye a:
  • “Evaluar del desempeño de los gabinetes de comunicación.
  • Evaluar las campañas políticas y publicitarias.
  • Detectar los temas que se colocan en la agenda mediática.
  • Evaluar del trabajo periodístico.
  • Evaluar el desempeño de los actores políticos y sociales ante los medios.
  • Calificar el comportamiento de los medios de comunicación” (Ídem.).
Por cierto que vale la pena citar el trabajo individual de observadores independientes a través de los blogs. Estos se han convertido en referencia para los propios organismos de observación ciudadana. Vale la pena recordar “El sendero del Peje”, que logró reunir importantes materiales en vídeo y audios durante la campaña presidencial, y no sólo eso, sino con oportunidad y con un buen sentido del humor.

La pregunta que nos podemos hacer es: ¿cómo coadyuvar al surgimiento de observatorios y veedurías desde y en las universidades?, pues la mejor manera de formar estudiantes críticos y futuros ciudadanos atentos al desempeño de los medios, es haciéndolos partícipes y desarrollando en ellos la mirada y la observación.

Reseña 2

MATA, María Cristina, 2003, “Medios: ¿Desde dónde pensar la acción ciudadana?” en Veedurías y Observatorios, Colectivo La Tribu (Coords.), Ediciones La Tribu, pp. 22-27.

A la autora le interesa reflexionar sobre la relación que se establece entre los individuos y los medios masivos, relación que es una percepción de los primeros sobre los segundos y que es también un conjunto de prácticas que recubre la comunicación masiva. Para comprender esta relación la autora se refiere a las “condiciones diferenciadas que los individuos asumimos frente a los medios masivos de comunicación: la de públicos, la de consumidores y la de ciudadanos” (p. 28).

El público, dice la autora, es una entidad colectiva, los conforman grupos que se reconocen como tal en función de ciertos comportamientos, del vínculo estable, y del tipo de sujeto que mantiene una interpelación frente a los medios. Pero es también un sujeto que forma parte de contingentes aún mayores, con los que comparte “códigos, saberes, percepciones, gustos, valoraciones, actitudes que permiten comunicarse con otros, identificarse, distinguirse, acordar, polemizar” (p. 23).

Lo que para la autora distingue la categoría de “público” del concepto “consumidor” de medios, es que éste último no guarda una relación de carácter estable con ciertos programas. Para el público la relación implica: “adhesiones, rechazos, críticas, opiniones consensuadas, gustos, etcétera”. En este sentido, ser público implica una condición desde la cual no sólo se consumen determinados medios, sino que se actúa sobre ellos con determinadas demandas de tipo informativo e incluso de entretenimiento.

El tercer concepto que analiza María Cristina Mata es el de ciudadanía. Para ella este término rebasó desde hace tiempo la mera “titularidad y ejercicio de los derechos civiles y políticos de carácter universal íntimamente relacionados con el sistema de gobierno y la estructura social y económica de una país” (Di Tella et al., 2003). El ciudadano que surge en la última década del siglo XX, es un nuevo sujeto que demanda y propone en diversos ámbitos: desde la cuestión étnica, hasta las categorías de género y las cuestiones de afinidad cultural. Por ello, como apunta la autora, el término de ciudadanía no nos remite únicamente a su estatus jurídico, sino que es una condición “que se adquiere en términos de práctica social, política y cultural” (p. 24).

Es de esta manera como pueden proponerse estrategias para el reconocimiento de derechos de tipo ciudadano frente “al poder representado en y por los medios y deberes colectivos para garantizar esos derechos” (idem.), pero no solamente como individuos en tanto ciudadanos, sino como públicos de esos medios. Pero se deben plantear estrategias que también reconozcan la posibilidad de que ciertas colectividades puedan contar con espacios para su propia expresión, para emitir sus propias lecturas de la realidad que viven y que ven.

María Cristina Mata señala como en investigaciones llevadas a cabo en Argentina que recogen las expectativas del público de programas informativos, puede advertirse que existe un rechazo abierto del manejo tendencioso de la información, de la manera en que los comunicadores tratan de imponer sus opiniones, tergiversar hechos, de manipular la opinión de la gente. Hoy los públicos demandan un mayor equilibrio informativo, datos más precisos sobre la realidad, la investigación, profundización y el seguimiento de los hechos. Y algo similar se pide del trabajo de los periodistas, que no sean simples lectores de noticias, ni amas de casa metidas a la pantalla por su imagen.

Y esto es algo que también puede constatarse en nuestro país. El público que ve los informativos “estelares” de TV-Azteca y/o de Televisa, ya no se deja llevar tan fácilmente por sus líderes de opinión: Javier Alatorre y López Dóriga. Otro tanto sucede en la radio. El caso de Monitor y Gutiérrez Vivó es elocuente, por la manera en que desde el gobierno se le llevó a la quiebra, debido a su trabajo, y en particular por la información que cubrió en el caso de López Obrador.

La pregunta que se hace la autora es que tanto el público, los ciudadanos, en sus relaciones frente a los medios pueden ser capaces de cambiarlos, de influirlos, particularmente cuando su acción se ve frenada por actores políticos que de una manera o de otra representan los intereses de los grandes radiodifusores. Regresando a nuestro país podemos reconocer que la primera batalla por una nueva ley de medios la perdieron los dueños, pero quién puede decir que vayan a perder la guerra. Los intensos cabildeos que tienen lugar en el Congreso crean un ambiente de poco optimismo en los ciudadanos, que ven serias dificultades para llevar a cabo una ley más acorde a las necesidades del país.

Lo cierto es que estamos frente a una encrucijada en la que podemos preguntarnos ¿qué tanto los modos de ser ciudadanos pueden ponernos en relación frente al sistema de medios hegemónico, con la posibilidad real de transformarlos en espacios públicos y ciudadanos?

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