viernes, 1 de agosto de 2008

Control de Lectura 9: Reseñas 1 y 2

Violetas-bugambilia

Reseña 1

FUENZALIDA, Valerio, 2005, “Evolución de la relación entre educación y televisión”, “Las expectativas educativo-situacionales de la mujer ama de casa” y “Las formas de realización y las expectativas educativas” (Capítulos 1,2 y 3) en Expectativas educativas de las audiencias televisivas, Editorial Norma. (pp. 9-79).

En el primer capítulo el autor hace un recorrido sobre de la evolución de la televisión abierta en relación con la educación en general, en el ámbito latinoamericano. Es a partir de la década de 1960, en consonancia con los procesos interescolares de enseñanza aprendizaje, que se abre una etapa de televisión pública instruccional. Recordemos que hace su aparición la llamada tecnología educativa de orientación conductista, cuya aplicación en el terreno televisivo se ajustaban a lo que Fuenzalida llama “teleclases formales”. Eran clases grabadas en las aparecía el profesor impartiendo su materia.

En el caso mexicano hasta la fecha existe ese formato en el sistema de Telesecundaria, que se complementa con programas de tipo documental o histórico, y de temas como el reino animal y/o vegetal, la ecología, etc., que tienen una relación directa con el currículo escolar. Esta etapa de la televisión coincide con una crítica feroz por parte de padres, maestros y autoridades educativas, sobre la televisión abierta, la cual, a su manera de ver, operaba en sentido contrario de los contenidos y propósitos de la escuela.

El segundo punto en la evolución de la teleeducación fue la “educación a distancia”, que partía del reconocimiento de la actividad educativa que desborda los límites físicos de la escuela, y está más acorde con la sociedad del conocimiento y de la información. En esta etapa los programas de televisión se acompañan con materiales multimedia (libros, enciclopedias electrónicas, bibliotecas digitales, etcétera), y surgen entidades especializadas en educación a distancia tanto a nivel público como privado. Finalmente se da paso a la creación de canales tecnológicos exclusivos para la teleeducación, vía satélite.

En las postrimerías del siglo XX dio inicio de una nueva etapa gracias a la red mundial. Esta etapa del “salto tecnológico” ha tenido diversas experiencias importantes a lo largo y ancho de América Latina, entre cuyos casos se encuentran países como Costa Rica, Chile, Colombia, México, Argentina y Brasil. El caso más reciente de la relación entre televisión e internet, es la puesta en línea de la primera (la TV) mediante la utilización de la red.

En el segundo capítulo Fuenzalida presenta algunos casos de estudios etnográficos del ama de casa, en su relación con la TV, en donde analiza lo que considera las “Cuatro etapas en el ciclo diario l-v (lunes a viernes)”, a saber: a) Etapa de intenso trabajo en el hogar, b) etapa de descanso postmeridiano, c) etapa de trabajo y atención a hijos, y d) etapa del prime time. Amén de las relaciones de un ser en proceso de extinción, el ama de casa, frente a la televisión, lo que nos muestran estos estudios es el arduo trabajo de las madres (solteras o no). Y aquí es importante señalar el papel de la televisión no sólo como compañía durante la realización de los quehaceres del hogar (repartidos en distintos momentos de la jornada diaria), sino de ayuda para el tratamiento y en algunos casos la solución de ciertos problemas prácticos en el hogar, la receta del día, y aquellos dirigidos a tratar aspectos para la mejor convivencia de la familia.

Como señala Fuenzalida, a estas cuatro etapas que transcurren durante el día, los productores y programadores de la televisión han ido modelando y haciendo una televisión que de alguna manera contribuye a hacer menos complicada la situación que viven las amas de casa, al menos esa es la percepción del autor. Y ello también está en estrecha vinculación con el deterioro de la vida comunitaria y por la pobreza que agobia a grandes grupos sociales en Latinoamérica durante las últimas tres décadas. Fuenzalida señala a la familia como una de las instituciones en Occidente que aún cohesionan a sus integrantes, ya por la figura del padre, pero cada vez más, por la imagen de la madre, particularmente en América Latina que tiene una enorme expulsión de mano de obra a los Estados Unidos y Canadá, a la soltería de muchas madres, a embarazos en la adolescencia, etc. Sin embargo, otros estudios señalan el desmoronamiento de la familia producto de las condiciones adversas para sus miembros (poca escolarización, violencia a su interior, drogadicción, desempleo, etc.).

A las cuatro etapas anteriores en que transcurre la vida cotidiana del ama de casa, la televisión ha poblado las pantallas de contenidos y programas destinados a cubrir esos espacios. Así están los programas matutinos y de servicios, a los que siguen programas familiares, para niños, y la telenovela vespertina; hacia la tarde-noche vienen los programas de entretenimiento familiar y, finalmente, las telenovelas del prime time, y los programas y series para adultos. Fuenzalida sostiene que la telenovela viene a satisfacer la expectativa educativa con el propósito de mejorar la calidad de vida en el hogar, a partir de la exploración de la identidad femenina. La telenovela es y ha sido un género que históricamente ha sido el preferido por los productores, los anunciantes y el público femenino. Por todos es conocido el éxito de las telenovelas mexicanas aún en países como la ex URSS y China, de la Europa central, y por supuesto, en Latinoamérica.

Otro aspecto que destaca Fuenzalida es el de los programas informativos y las técnicas que los comunicadores emplean para la elaboración del contenido o tema del relato. El autor habla de la construcción del “protagonismo” que se maneja en el “reportaje agonal”, como una “técnica formal de la estructura dramática, en donde aparece la actuación de los propios actores que buscan transformar una situación de adversidad” (p. 68). Es cierto, otros comunicadores emplean técnicas sensacionalistas, para hacer más llamativa la información y que eleven el rating del programa. El caso mexicano de “Hechos”, que conduce Javier Alatorre, es una muestra clara de ese tipo de programa noticioso que desde el tono de voz, los encuadres de cámara, el uso de imágenes crudas y de alto impacto, el hecho de autodenominarse “Fuerza informativa Azteca”, son una clara idea del tipo de periodismo televisivo que se transmite por esa televisora.

Sin embargo, existen otros canales que apuestan por contenidos y relatos más allegados a la gente común y que han ido ganando audiencias en el amplio sector de la clase media. Canales como TV España en cable, el Once de México, la Televisión Nacional de Chile, han apostado por realizar una televisión que busca entretener, informar y educar. El Once del IPN, ha logrado en las últimas dos décadas un importante avance en cuanto a la calidad de sus programas y hoy, algunos de ellos son vistos por audiencias importantes en número. Casi no hay ama de casa que no conozca a Paulino Cruz, el chef de El Rincón de los sabores, o a Miguel Conde y sus viajes culinarios por todo el país, en su programa La ruta del sabor. O niños que no conozcan El diván de Valentina. Y por supuesto a uno de los programas más antiguos de la televisión como el Aquí nos toco vivir de Cristina Pacheco, cuyos reportajes están entre lo mejor del trabajo en televisión. La pregunta que puedo plantear es si una tercera cadena de televisión en el país o si el surgimiento de canales independientes podrán hacer una televisión más competitiva, no sólo en el aspecto económico, sino en el del entretenimiento, la información, el deporte (que como sabemos está controlado por el duopolio televisivo), el arte, y particularmente en la educación.

Reseña 2

FUENZALIDA, Valerio, 2002, “Introducción” en Televisión Abierta y Audiencia en América Latina (pp. 9-20), Editorial Norma.

En la introducción a este libro podemos darnos una idea de la vasta experiencia del Valerio Fuenzalida tanto en la realización de investigaciones sobre la recepción de la audiencia televisiva, la producción de programas en una empresa de televisión pública, y su participación en la reforma que modificó a la empresa Televisión Nacional de Chile, en 1992. En esta introducción Fuenzalida se refiere a las tres grandes perspectivas de aproximación a la audiencia, que son:

1ª. La relación sociedad y medios masivos de comunicación desde el ámbito sociopolítico.
2ª. Aquella que se ubica en la gerencia comercial de los canales y su participación en la recolección de información sobre las características de la audiencia y su negociación con los avisadores, y
3ª. Los estudios de la audiencia en la gerencia de programación y producción de canales de televisión, con el propósito de observar la evolución de las propias audiencias.

El autor se centra en esta tercera perspectiva que desarrolla a lo largo de su libro. Podemos decir que la empresa para la cual trabaja es pública (TVN), por lo mismo no tiene finalidad de lucro y en las condiciones actuales de estos medios los directivos deben buscar los mecanismos y las estrategias de sustentación, sin que se conviertan en empresas similares a las televisoras privadas.

Fuenzalida parte del triángulo a los que llama “macroactores”, que son: audiencia-demandas sociales-empresa televisiva, como núcleo de una problemática que mirando de cerca las cosas tiene una serie de similitudes con otras empresas públicas de medios que existen en diversos países de América Latina, que luchan por la subsistencia y jaloneo de los fondos públicos.

Veamos las relaciones que se establecen entre estos macroactores. En primer lugar, Fuenzalida parte de la audiencia como un actor activo frente a la pantalla, por oposición a la audiencia pasiva que hemos visto en otras lecturas (Orozco, 1999, Pérez Tornero, 2000). Un segundo actor, el social, que está en constante demanda del “deber ser” de las empresas de televisión y de la audiencia. Y en tercer lugar, el actor empresarial que tiene a su cargo la empresa.

Para Fuenzalida existen tres leyes que rigen de manera interna esta relación triangular. Estas leyes son: la ley de la gratificación de la audiencia en el consumo privado del hogar; la ley del “deber ser” tanto a la audiencia como a las empresas públicas de TV; y una tercera ley, que le permita al actor-empresario su manutención. Veamos cada una de ellas.

La ley de la gratificación

El crecimiento de canales abiertos, de cable y satelitales, ha segmentado a la audiencia y ésta ha respondido con un consumo selectivo de aquellos programas y contenidos acordes a sus expectativas personales de motivación y gratificación. Aquí entra lo que el propio Fuenzalida señaló en su texto Expectativas educativas de las audiencias televisivas, muchas veces las posibilidades y limitaciones del lenguaje audiovisual van a hacer que la audiencia se acerque o se aleje de los contenidos que tiene frente a la pantalla. Pongamos el caso de los canales 11 y 22 de nuestro país. Mientras que el primero goza de una audiencia preferentemente familiar, de segmentos económicos bajos y medios, el canal 22 difunde programas para una audiencia con mayores niveles educativos y económicos, que tienen preferencia por las expresiones de la llamada alta cultura. En este sentido el 22 es un canal elitario, como señala el autor.

La ley del “deber ser”

Este es un aspecto que igualmente podemos observar en nuestro país. Existe una diversidad de grupos cuya presión sobre el “deber ser” de la audiencia y la estación de televisión, está siempre empujando a una y otro sobre la manera en que deberían conducirse y consumir los programas y contenidos televisivos. Esta es una constante que está presente en todo momento, y que se expresa en lo que la audiencia debería ser y ver, y en lo que las empresas deberían atender y producir. Como señala el autor, muchas veces las presiones vienen de la vida política pública, cuyos actores quieren ponerse por encima de los otros y así introducir, a veces de manera velada, las proclamas y posiciones políticas que están más en el orden de lo propagandístico, pero que sirven a sus propósitos. Otros grupos están conformados por los sectores académicos e intelectuales cuya petición a las empresas de televisión y a la audiencia son difíciles de llevar a cabo, pues representaría en los hechos el fin de algunas de ellas, pues recordemos que son empresas. Si nadie las ve, de qué podrían vivir.

El papel del emisor de TV abierta es, en este caso, muy complejo, pues debe moverse en una cuerda floja y negociar constantemente con los actores señalados, para poder brindar satisfacción a una sociedad cada vez más diferenciada. Como dice Fuenzalida, aquí el problema está en que muchas veces las ideas de los actores que propugnan por un “deber ser” de la empresa y de la audiencia, olvidan que el ingrediente fundamental de la producciones televisivas es el leguaje audiovisual, asunto del que muy poco conocen los grupos que ejercen dicha presión. Finalmente, la fórmula es crear programas atractivos para una audiencia general, más que programas elitistas para públicos reducidos.

Ley de la sustentación

El complejo empresarial-económico-artístico que produce la televisión de carácter público, es altamente institucionalizado. No así la diversidad de los actores en la esfera privada del hogar y en el ámbito de los actores sociales. Ahora podemos decir que sin sustento no hay viabilidad. Y esta ley de la sustentación forma parte también de las nuevas políticas para todas las empresas públicas, incluidas las universidades: se requiere la agencia de recursos para el sostenimiento de la actividad de unas y otras. Por ello no debe perderse de vista el señalamiento que hace Fuenzalida respecto del carácter industrial de la TV: “Lograr la sustentación implica poner en actuación varias capacidades –y crearlas si no están disponibles” (p. 17). Éstas se refieren a:

  • capacidad productiva, con el dominio del lenguaje televisivo: lúdico-afectivo-dramático;
  • capacidad de gestión administrativa;
  • agilidad para saberse mover en un territorio dinámico y cambiante:
  • capacidad de posicionamiento con una idea corporativa;
  • capacidad de constituirse en un actor con peso mediático y social,
  • capacidad de contactar a la audiencia; y
  • capacidad de legitimación social.

La pregunta en este caso, es cuál es la posibilidad de estos tres actores para negociar en un ambiente de equilibrio que permita a las empresas producir programas atractivos y de calidad para una audiencia de tipo general, que los actores sociales se involucren más en el conocimiento de las posibilidades tecnológicas-empresariales-económicas de los emisores, y que las empresas conozcan mejor a su audiencia, a fin de cómo dice Fuenzalida satisfacer a todos y cada uno de los actores.

Control de Lectura 8

Violeta bicolor

PÉREZ TORNERO, J. Manuel, 2000, “Introducción” y “Las escuelas y la enseñanza en la sociedad de la información” en Comunicación y Educación en la Sociedad de la Información, Paidós, pp. 17- 57.

El siglo XX conoció dos modos de producción: el capitalismo y el comunismo. Si bien eran modelos antagónicos en cuanto a las formas de apropiación y distribución de los bienes, ambos estaban fundados en medios de producción de tipo industrial que se basan en la mecanización del sector productivo, en la masificación de la producción y el consumo, y en el modelo fabril de organización y división del trabajo. La caída del comunismo a fines de los años 80, estuvo aparejada con el impulso de una nueva fase del capitalismo: la globalización del mercado con el sustento ideológico del neoliberalismo. Al iniciarse el nuevo siglo, con la conformación de bloques económicos y políticos, y con la hegemonía del capital financiero, se anuncia una “tercera vía”.

Para las sociedades atrasadas (cierta parte de Asia, África y Latinoamérica) las crisis económicas sucesivas y el aumento de grandes conglomerados de pobres, han dividido al planeta en “un mundo desarrollado según estándares de bienestar y confort y otro sometido a la penuria, el hambre y la miseria” (p. 20). Esta es la brecha entre países ricos y países pobres, entre el norte y el sur, entre la tecnología y su carencia.

En estrecha relación con la economía capitalista durante la segunda mitad del siglo XX, surge la denominada cultura de masas, con los Estados Unidos como polo indiscutible del poder económico, militar y financiero. Con las grandes cadenas de televisión al frente, la industria de la cultura estadounidense impuso a nivel mundial modelos, estilos, temas, géneros, que articularon una cultura de masas que se impuso con mayor o menor intensidad a otras culturas nacionales o locales.

Pérez Tornero quiere hacer notar en su texto, cómo es que se corresponden los modelos económicos con el tipo de cultura y con los medios que producen, ponen en circulación y modelan esa cultura. Así, la masificación de la producción y el consumo requiere de medios masivos para poder difundir “un mensaje a un público amplio, disperso geográficamente y que se correspondía con niveles dispersos de estratificación social” (p. 23). Y el medio de masas que sirvió a tales fines ha sido la televisión. Sus características esenciales son:
  1. Un lenguaje audiovisual que no requiere de alfabetización alguna,
  2. Una tecnología de difusión que aseguraba un control centralizado,
  3. Un acceso directo al hogar y al entorno de los usuarios, y
  4. Una capacidad de globalización que ha estado en consonancia con el capitalismo en su fase actual.
Como señala Pérez Tornero “la cultura de masas representa, en esencia, el triunfo de la comercialización sobre todos los aspectos de la vida cultural” (p. 25). El avance tecnológico en las dos últimas décadas del siglo pasado trajo consigo un cambio progresivo en la televisión “de un medio masivo tradicional a un medio interactivo de nueva generación. Para ello han tenido que converger dos progresos tecnológicos considerables: 1) la digitalización; 2) la extensión de la difusión vía satélite o vía cable” (Id.).

Este nuevo escenario tecnológico es el que ahora se presenta como un desafío a la enseñanza en general y a la escuela en particular. Ésta, por su parte, ha intentado una renovación tecnológica que en términos generales ha sido pobre. Mientras que en el entorno comunitario de los alumnos ha habido un despliegue impresionante de medios y de tecnología, en el aula y en la escuela se siguen los mismos modelos de enseñanza y un espacio físico que viene de milenios atrás. Podemos decir, como señala Pérez Tornero, que la escuela ha reducido y especializado su papel educativo, a la enseñanza de la lecto-escritura.

Las transformaciones ocurridas en el sistema industrial-financiero-militar, apuntalado por una incesante innovación tecnológica y bajo la dirección del capital financiero internacional, han dado lugar a la llamada sociedad de la información y al nuevo discurso consumista. Y con ella han surgido centros de investigación con los que mantienen y producen los medios, que han desbordado a las universidades y a las escuelas como instituciones poseedoras de la racionalidad y del conocimiento.

La escuela ha quedado fuera del contexto social que la rodea y, por tanto, ha perdido su función educativa por excelencia. Esto ha traído consigo una uniformidad de saberes producto de un currículo único y una enorme burocracia centralizada (por ejemplo, la SEP); los maestros son los que están menos actualizados y continúan enseñando mediante el “viejo estilo de aprendizaje libresco” (p. 48); estilo en el que los alumnos ya no encuentran los elementos básicos de su escolarización.

Como dice Pérez Tornero: “hay, pues, un desfase entre lo que demanda el entorno social y lo que los centros educativos están en condiciones de ofrecer. Lo cual está haciendo avanzar una conciencia generalizada de crisis” (Id.). Esta crisis generalizada podemos encontrarla en el currículo escolar, en el anacrónico papel de los maestros, en el “escriturocentrismo” de la escuela, en la escasa implantación de recursos tecnológicos, en el “modelo de valores y de sistema de sociabilidad”, y por último, en los procesos obsoletos de gestión, organización y gobierno de la institución escolar. (Pensemos en la UNAM y el añejo ritual para el cambio de rector, en la propia SEP y en el SNTE).

Esta crisis de la educación en su conjunto requiere, señala Pérez Tornero, de profundas transformaciones en una doble dimensión: intelectual y práctica. Para la primera se necesita reformular los principios, la filosofía y los lenguajes con los que trabaja. Para la segunda se requiere la transformación de la infraestructura, los instrumentos y las reglas. Por supuesto que esto no se logra sólo con las buenas intenciones y mediante un discurso en apariencia innovador, pero que mantiene el estado de cosas. El sistema educativo mexicano se encuentra detenido desde hace mucho tiempo; son pocos los intentos por establecer una política educativa transformadora; la educación básica y superior sigue formando a millones de alumnos con el mismo modelo, de ahí, en gran parte, su fracaso; son pocos los profesores que manejan diversos medios y nuevas tecnologías en sus clases, etcétera.

Puedo decir, como docente, que los alumnos están en mejor disposición de aprender con los medios que sin ellos; que muchas veces sus conocimientos están por encima de lo que el maestro considera el “conocimiento”; que sus habilidades y competencias son otras, distintas a las del profesor. Aquí el problema es la consabida situación económica y política del país. No puede hacerse a un lado y querer transformar la educación como si fuera una isla o un ente aparte del contexto social. Por ello la pregunta qué podemos hacer es: ¿qué debemos o qué queremos hacer con este país? Y de ella desprender al ámbito educativo otras preguntas como: ¿qué tipo de educación requieren los mexicanos?, ¿cómo vamos a definir los principios, la filosofía y las reglas para una educación acorde con las transformaciones que estamos viviendo?, ¿qué tipo de escuela demanda la sociedad?, ¿cómo vamos a cambiar la mentalidad de los profesores y cómo vamos a formar a los nuevos docentes?, entre muchas otras.

Control de Lectura 7: Reseñas 1 y 2

Violetas de tres colores

Reseña 1

OROZCO, Guillermo, 1996, “Escuela y Televisión. Hacia una alianza por nuevos motivos” (Capítulo 10) en Televisión y Audiencias, un enfoque cualitativo, Ediciones de la Torre/Universidad Iberoamericana, pp. 159-178.

Me parece un capítulo excelente del doctor Guillermo Orozco. Pese a que fue escrito hace más de diez años, creo que todos los planteamientos que expone y desarrolla siguen vigentes para el caso mexicano. A continuación los presento de manera esquemática:

  • La escuela pierde efectividad y los medios de comunicación, con la televisión (TV) como punta de lanza, adquieren un creciente protagonismo educativo.
  • La TV se rige cada vez más por el criterio del lucro, vía la publicidad, en un clima de privatización y desregulación social y jurídica.
  • La escuela ha adquirido, por una parte, una creciente deslegitimación social como institución educativa por excelencia, y por el otro, el deterioro de la calidad en el proceso de enseñanza aprendizaje.
  • Se requieren modificaciones sustanciales en ambas instituciones (Escuela-TV).
  • Replantear una vinculación inteligente, crítica y productiva, con una perspectiva general de democratización del intercambio social y del acceso al conocimiento.

Por el espacio que tenemos para un análisis prefiero concentrarme sólo en el último de los puntos anteriores, pues es el que me parece central para los tiempos que corren.

Para quienes conocemos un poco la historia de Televisa (hija de Telesistema Mexicano, 1950-1973), sabemos muy bien de la otra alianza que se fraguó durante décadas: la TV y la clase política hegemonizada por el PRI. A Emilio Azcárraga Milmo le gustaba llamarse a sí mismo “soldado del PRI”, y ello no era gratuito, pues la empresa siempre recibió favores del gobierno en turno (de Miguel Alemán a Ernesto Zedillo).

Durante la llamada “transición a la democracia” en la administración de Fox –“el gobierno del cambio”–, no sólo no se establecieron nuevas reglas entre la TV y el estado, sino que, en los hechos, se mantuvieron los privilegios para las televisoras privadas. Por ejemplo, cuando se dieron a conocer las intenciones de algunas empresas estadounidenses y de empresarios mexicanos para abrir una nueva cadena de TV, Fox ya había pactado con Emilio Azcárraga Jean y Bernardo Gómez, cerrarle el paso (ver revista Proceso, núm. 1575).

Ha habido otros casos en los que de manera ingenua se les ponía en bandeja un gran negocio a las televisoras, mediante la venta de tiempo durante las campañas electorales (es decir, cada tres años). Y digo ingenua, porque se hizo en aras de democratizar el acceso a los medios de los partidos, antes exclusividad del partido oficial, sin reparar en los cuantiosos recursos que del erario se transferían a dichas empresas. 

Esto es algo que ha venido a limitarse con la reforma electoral reciente, y que causaron un malestar evidente en los dueños de las televisoras, quienes utilizaron sus noticiarios estelares para denostar al poder legislativo, empezando por los coordinadores de cada fracción, entre ellos, a Santiago Creel, antiguo aliado suyo.

Un aspecto importante que señala el doctor Orozco es el de considerar a los medios de información en su conjunto como “esferas públicas democráticas en las que de hecho deben participar los diversos sectores de la audiencia, no sólo algunos” (p. 175). Por lo mismo se tendrían que revertir las tendencias de privatización y desregulación de “los medios, sistemas y tecnologías de información” (Saito, 1995, citado por Orozco). 

Pero Orozco tiene razón en señalar que no debe darse una batalla en contra de la TV, sino a favor de las audiencias. Sin embargo, esto no quita el hecho de combatir, así lo dice el autor, la impunidad de que goza la TV “al construir irresponsablemente muchas de sus representaciones frente a sus audiencias” (id.).

Orozco va más allá y señala que “el gran motivo” de la Educación para los Medios y de una nueva alianza TV-escuela, sería el rescate cultural y político de la TV por parte de la teleaudiencia. Pero ¿cómo rescatar algo que le pertenece a la audiencia?, se pregunta el autor, y a continuación señala los supuestos sobre los cuales se podría establecer esta nueva alianza.

En primer lugar la escuela tiene que asumirse como una más entre las instituciones sociales y sin pretensiones hegemónicas. Ello supone, a su vez, que los nuevos curricula de la escuela no tengan la pretensión de abarcar e incluir “todo” el conocimiento. Lo que si debe hacerse es fortalecer a la escuela como una “opción necesaria e imprescindible” para la sociedad. La escuela debe privilegiar, por tanto, el desarrollo de habilidades que doten a los alumnos la capacidad de aprender y expresarse en un entorno multimedia. En este sentido, la pedagogía propuesta por Orozco es la llamada “pedagogía de la representación” de Giruox (1994), que le permitiría a la escuela poder coexistir en un escenario cada vez más globalizado y “mono-representado”.

El otro aspecto central que señala Guillermo Orozco es el que tiene que ver con el poder de la TV. Ya no hay duda respecto de lo que definirá el poder en las sociedades a partir de este siglo: la información y el conocimiento. Como ha señalado Popper (1992), “el desafío contemporáneo de la TV es que ninguna democracia puede constituirse o llegar a buen fin si no pone bajo control a la TV” (p. 165). El sistema de televisión debe ser transformado de fondo. Uno de los aspectos fundamentales que permitirá esa transformación será la nueva Ley de Radio y Televisión. Recordemos que la ley actual (que data de 1960), señala que la radiodifusión es una actividad de “interés público” y no como lo que en realidad es y debió haber sido tipificado: como un servicio público.

Lo que se deriva de uno y otro caso son capitales para el cambio de la TV. En el primer caso, los concesionarios hacen uso de y lucran con un bien nacional: es decir, son usuarios, no propietarios. Por el contrario, en tanto actividades consideradas como servicio público, éstas permitirían a las audiencias no sólo el acceso a los medios, sino también los medios de y para la expresión en tanto “esferas públicas democráticas”. La batalla que se avecina debe erradicar la impunidad de las televisoras y sujetarse a las disposiciones jurídicas. Se trata de favorecer a las audiencias.

Lo cierto es que debe tejerse una nueva alianza entre la escuela y la TV. Ambas instituciones deben ceder y aceptar las críticas que se plantean a una y otra, con el propósito de superar la situación educativa y mediática existente. Todos, autoridades, maestros, alumnos, padres, concesionarios, publicistas, productores, profesionales y técnicos, deben contribuir a construir esta alianza como parte de las reformas sociales que requiere México. La pregunta del “billón” (en tanto el achicamiento del dinero), es si los políticos, incluidos los del partido en el poder, los maestros, los sindicatos, los concesionarios y otros actores sociales, están en condiciones de transformar la situación actual de la escuela y la TV.

Reseña 2

RINCÓN, Omar, 2002, “Introducción”, “El encanto audiovisual” y “El ambiente Televisión” en Televisión, Vídeo y Subjetividad, Editorial Norma, pp. 9- 57.

Esta es una de esas lecturas que le producen a uno (a mí en particular) ese sentimiento que provoca el leer ciertas cosas que uno intuía de alguna manera, pero que no había logrado expresar de una manera coherente. Es una lectura refrescante, amena, que rompe esquemas y que propone una nueva manera de analizar la cultura audiovisual, la sensibilidad, y las mediaciones como el cine, la televisión y el vídeo.

Si como dice la Biblia “en el principio fue el verbo”, hoy bien podemos decir “en el principio fue la imagen”, y la trinidad cine-televisión-vídeo, tienen como sustrato común a la imagen. Para Martín-Barbero y Rey (1999), en su defensa de la imagen, plantean que “desde el principio la imagen fue a la vez medio de expresión, de comunicación y también de adivinación e iniciación, de encantamiento y curación” (citados por Rincón, p. 17). Y afirman también el necesario rescate de “las imaginerías como lugar de una estratégica batalla cultural”.

No está por demás señalar las evidencias de lo dicho anteriormente. Hoy, es cierto, las imágenes “dominan y determinan la cultura popular” (p. 18). La televisión se ha convertido en el lugar de la visualidad y se ha impuesto como la manera de ver y de representar. Desde el punto de vista de la percepción, el ojo, es hoy el elemento que articula “el pensamiento, la reflexión, la comunicación, la representación, el reconocimiento”, y por ello es una forma de construcción del pensamiento que permitió la generación de nuevos conocimientos científicos, a lo largo de todo el siglo XX. Y finalmente, la imagen es “información objeto de adoración, vehículo para la imaginación, dilución del ser, pérdida para ganarse como sujetos-con-un-lugar-en-el-mundo” (Burnett, 1995, citado por Rincón, p. 19).

Dentro de la cultura audiovisual, el cine se convirtió desde sus inicios como un saber compartido, que procreó comunidades académicas, estéticas y creativas. Dice Rincón que “el cine pasó a los altares de la reflexión y la adoración porque en este arte la sociedad puso en actividad lo imaginario, la ilusión, lo onírico” (p. 21). Para filósofos como Deleuze el cine debe hacer “teoría como práctica conceptual”, y para cineastas como Godard, el cine “es arte (y) la televisión es cultura; la cultura no tiene nada que ver con el arte. La cultura responde a necesidades, no a deseos” (p. 27).

Para Lischi el vídeo (referido a su expresión de punta, el video-arte) “representa una especie de edad adulta de la comunicación, una edad en donde una mirada plural y abierta, una exploración minuciosa de los visible y lo invisible que no se parece a la visión frontal o a la abstracción del mapa, sustituye a los esquematismos de las ideologías y a las demasiado rígidas y cómodas líneas de los confines…” (idem.).

Respecto de la televisión Rincón señala que es, en síntesis, “el medio más potente porque es desde su presencia cotidiana e industrial que la mayoría de la población reconoce y aprecia las nuevas formas de lo audiovisual inventadas en el cine y el video.

Como ya sabemos la televisión ha sido denostada por académicos, intelectuales, maestros y padres de familia. Se ha llegado a decir de ella que es el peor mal que le ha sucedido al mundo. Para otros la TV ha tenido y tiene una influencia “valoral y comportamental” porque se siente en la vida de cada uno; para algunos más, la explotación comercial que conlleva les ha causado horror por el “empobrecimiento del imaginario social”. Finalmente, para unos pocos, la TV es uno de los grandes inventos que permite fabular la vida y contarse al infinito, y para las culturas populares es una “estrategia para reconocerse en su memoria y experiencia sentimental” (p. 29). Es Jesús Martín-Barbero quien ha realizado una especie de exorcismo del medio televisivo, ofreciendo una nueva manera de pensar y reflexionar. Dice Martín-Barbero que la “televisión ocupa un lugar estratégico en la cultura cotidiana de las mayorías, en la transformación de las sensibilidades, en los modos de percibir el espacio y el tiempo y de construir imaginarios e identidades…” (citado por Rincón, p. 30).

Omar Rincón va más allá y define a la TV en su “complejidad social, narrativa, cultural y mercantil para desde ahí reflexionar sobre las éticas y las estrategias de poder que se ponen en evidencia en su acción simbólica sobre la sociedad” (Ídem.). Hoy la televisión ha logrado imponerse en la lógica dominante para todos los procesos que se pretende comunicar a la sociedad, es en sí, la comunicación social.

En lo que Rincón denomina el ambiente televisión, este medio se ha convertido en el principal agente de socialización. Después de dormir, trabajar o estudiar, es la tercera actividad realizada por los integrantes de la sociedad. Y ello influye de manera determinante en las formas de comportarse y valorar, en las costumbres, actitudes y conductas que vemos reproducidas en la mayoría de la población. En este sentido ha dejado atrás a otras instituciones antes fundamentales en el proceso de socialización como la familia, la religión, la escuela y la pertenencia a una etnia. Su presencia en la vida cotidiana ha llegado a límites insospechados pues está en la vida misma de los sujetos en su acción e intercambio diario.

Otro aspecto importante que Rincón señala es el de la TV como lugar de la política. Si bien la TV no ha desplazado a la plaza pública como centro neurálgico de la actividad política en la sociedad, ésta se ha visto transformada pues el debate de las ideas encuentra en la TV “un mecanismo potente de comunicabilidad” (p. 35). Quién imaginaba ver a los candidatos a la presidencia bailando el pasito tun-tún en los programas matutinos, o dejándose entrevistar por algunos cómicos (Trujillo, Ramones), con el objetivo de llegar a numerosas audiencias. Recordemos lo que señalaron diversos críticos respecto de la fallida ausencia de López Obrador en el primer debate televisivo. El hecho de haber dejado su espacio vacío, constituyó un duro golpe para su campaña, pues en la percepción de la gente debió haber participado.

Para Rincón la TV como lugar educativo no es una opción sino una necesidad. Señala el autor que los niños rinden más en la escuela y tienen ventajas cognitivas sobre aquellos que no ven televisión. Habría que preguntarle si también hacen la tarea, pues en muchos casos los niños que ven televisión, olvidan hacer sus trabajos escolares. Ya lo dijo Monsiváis para el caso mexicano: la verdadera secretaría de educación es la TV. Y esto es más que ser una escuela paralela.

Por último, Rincón invierte los papeles de la programación y la publicidad, al decir que la TV “es comerciales rellenos de programas”. Y tiene razón pues las audiencias conocen perfectamente aquellos productos con los que ha establecido una relación de años sean detergentes, dentífricos, papel higiénico, golosinas, refrescos, etc. Lo que omite decir es que cada vez más son las grandes compañías, las transnacionales, las que se han apoderado de los espacios comerciales y publicitarios. Como contraparte Rincón nos dice que la TV sea “uno de los lugares menos innovadores que existen en nuestra sociedad” (p. 40), pues busca contenidos simples, maneras sencillas de interpelación y nivelar por lo bajo.

Habría que preguntarnos qué tanto de lo señalado por Omar Rincón puede aplicarse a los diferentes sistemas de televisión existentes, y a las características de dichos sistemas en países desarrollados y en vías de desarrollo.