viernes, 1 de agosto de 2008

Control de Lectura 7: Reseñas 1 y 2

Violetas de tres colores

Reseña 1

OROZCO, Guillermo, 1996, “Escuela y Televisión. Hacia una alianza por nuevos motivos” (Capítulo 10) en Televisión y Audiencias, un enfoque cualitativo, Ediciones de la Torre/Universidad Iberoamericana, pp. 159-178.

Me parece un capítulo excelente del doctor Guillermo Orozco. Pese a que fue escrito hace más de diez años, creo que todos los planteamientos que expone y desarrolla siguen vigentes para el caso mexicano. A continuación los presento de manera esquemática:

  • La escuela pierde efectividad y los medios de comunicación, con la televisión (TV) como punta de lanza, adquieren un creciente protagonismo educativo.
  • La TV se rige cada vez más por el criterio del lucro, vía la publicidad, en un clima de privatización y desregulación social y jurídica.
  • La escuela ha adquirido, por una parte, una creciente deslegitimación social como institución educativa por excelencia, y por el otro, el deterioro de la calidad en el proceso de enseñanza aprendizaje.
  • Se requieren modificaciones sustanciales en ambas instituciones (Escuela-TV).
  • Replantear una vinculación inteligente, crítica y productiva, con una perspectiva general de democratización del intercambio social y del acceso al conocimiento.

Por el espacio que tenemos para un análisis prefiero concentrarme sólo en el último de los puntos anteriores, pues es el que me parece central para los tiempos que corren.

Para quienes conocemos un poco la historia de Televisa (hija de Telesistema Mexicano, 1950-1973), sabemos muy bien de la otra alianza que se fraguó durante décadas: la TV y la clase política hegemonizada por el PRI. A Emilio Azcárraga Milmo le gustaba llamarse a sí mismo “soldado del PRI”, y ello no era gratuito, pues la empresa siempre recibió favores del gobierno en turno (de Miguel Alemán a Ernesto Zedillo).

Durante la llamada “transición a la democracia” en la administración de Fox –“el gobierno del cambio”–, no sólo no se establecieron nuevas reglas entre la TV y el estado, sino que, en los hechos, se mantuvieron los privilegios para las televisoras privadas. Por ejemplo, cuando se dieron a conocer las intenciones de algunas empresas estadounidenses y de empresarios mexicanos para abrir una nueva cadena de TV, Fox ya había pactado con Emilio Azcárraga Jean y Bernardo Gómez, cerrarle el paso (ver revista Proceso, núm. 1575).

Ha habido otros casos en los que de manera ingenua se les ponía en bandeja un gran negocio a las televisoras, mediante la venta de tiempo durante las campañas electorales (es decir, cada tres años). Y digo ingenua, porque se hizo en aras de democratizar el acceso a los medios de los partidos, antes exclusividad del partido oficial, sin reparar en los cuantiosos recursos que del erario se transferían a dichas empresas. 

Esto es algo que ha venido a limitarse con la reforma electoral reciente, y que causaron un malestar evidente en los dueños de las televisoras, quienes utilizaron sus noticiarios estelares para denostar al poder legislativo, empezando por los coordinadores de cada fracción, entre ellos, a Santiago Creel, antiguo aliado suyo.

Un aspecto importante que señala el doctor Orozco es el de considerar a los medios de información en su conjunto como “esferas públicas democráticas en las que de hecho deben participar los diversos sectores de la audiencia, no sólo algunos” (p. 175). Por lo mismo se tendrían que revertir las tendencias de privatización y desregulación de “los medios, sistemas y tecnologías de información” (Saito, 1995, citado por Orozco). 

Pero Orozco tiene razón en señalar que no debe darse una batalla en contra de la TV, sino a favor de las audiencias. Sin embargo, esto no quita el hecho de combatir, así lo dice el autor, la impunidad de que goza la TV “al construir irresponsablemente muchas de sus representaciones frente a sus audiencias” (id.).

Orozco va más allá y señala que “el gran motivo” de la Educación para los Medios y de una nueva alianza TV-escuela, sería el rescate cultural y político de la TV por parte de la teleaudiencia. Pero ¿cómo rescatar algo que le pertenece a la audiencia?, se pregunta el autor, y a continuación señala los supuestos sobre los cuales se podría establecer esta nueva alianza.

En primer lugar la escuela tiene que asumirse como una más entre las instituciones sociales y sin pretensiones hegemónicas. Ello supone, a su vez, que los nuevos curricula de la escuela no tengan la pretensión de abarcar e incluir “todo” el conocimiento. Lo que si debe hacerse es fortalecer a la escuela como una “opción necesaria e imprescindible” para la sociedad. La escuela debe privilegiar, por tanto, el desarrollo de habilidades que doten a los alumnos la capacidad de aprender y expresarse en un entorno multimedia. En este sentido, la pedagogía propuesta por Orozco es la llamada “pedagogía de la representación” de Giruox (1994), que le permitiría a la escuela poder coexistir en un escenario cada vez más globalizado y “mono-representado”.

El otro aspecto central que señala Guillermo Orozco es el que tiene que ver con el poder de la TV. Ya no hay duda respecto de lo que definirá el poder en las sociedades a partir de este siglo: la información y el conocimiento. Como ha señalado Popper (1992), “el desafío contemporáneo de la TV es que ninguna democracia puede constituirse o llegar a buen fin si no pone bajo control a la TV” (p. 165). El sistema de televisión debe ser transformado de fondo. Uno de los aspectos fundamentales que permitirá esa transformación será la nueva Ley de Radio y Televisión. Recordemos que la ley actual (que data de 1960), señala que la radiodifusión es una actividad de “interés público” y no como lo que en realidad es y debió haber sido tipificado: como un servicio público.

Lo que se deriva de uno y otro caso son capitales para el cambio de la TV. En el primer caso, los concesionarios hacen uso de y lucran con un bien nacional: es decir, son usuarios, no propietarios. Por el contrario, en tanto actividades consideradas como servicio público, éstas permitirían a las audiencias no sólo el acceso a los medios, sino también los medios de y para la expresión en tanto “esferas públicas democráticas”. La batalla que se avecina debe erradicar la impunidad de las televisoras y sujetarse a las disposiciones jurídicas. Se trata de favorecer a las audiencias.

Lo cierto es que debe tejerse una nueva alianza entre la escuela y la TV. Ambas instituciones deben ceder y aceptar las críticas que se plantean a una y otra, con el propósito de superar la situación educativa y mediática existente. Todos, autoridades, maestros, alumnos, padres, concesionarios, publicistas, productores, profesionales y técnicos, deben contribuir a construir esta alianza como parte de las reformas sociales que requiere México. La pregunta del “billón” (en tanto el achicamiento del dinero), es si los políticos, incluidos los del partido en el poder, los maestros, los sindicatos, los concesionarios y otros actores sociales, están en condiciones de transformar la situación actual de la escuela y la TV.

Reseña 2

RINCÓN, Omar, 2002, “Introducción”, “El encanto audiovisual” y “El ambiente Televisión” en Televisión, Vídeo y Subjetividad, Editorial Norma, pp. 9- 57.

Esta es una de esas lecturas que le producen a uno (a mí en particular) ese sentimiento que provoca el leer ciertas cosas que uno intuía de alguna manera, pero que no había logrado expresar de una manera coherente. Es una lectura refrescante, amena, que rompe esquemas y que propone una nueva manera de analizar la cultura audiovisual, la sensibilidad, y las mediaciones como el cine, la televisión y el vídeo.

Si como dice la Biblia “en el principio fue el verbo”, hoy bien podemos decir “en el principio fue la imagen”, y la trinidad cine-televisión-vídeo, tienen como sustrato común a la imagen. Para Martín-Barbero y Rey (1999), en su defensa de la imagen, plantean que “desde el principio la imagen fue a la vez medio de expresión, de comunicación y también de adivinación e iniciación, de encantamiento y curación” (citados por Rincón, p. 17). Y afirman también el necesario rescate de “las imaginerías como lugar de una estratégica batalla cultural”.

No está por demás señalar las evidencias de lo dicho anteriormente. Hoy, es cierto, las imágenes “dominan y determinan la cultura popular” (p. 18). La televisión se ha convertido en el lugar de la visualidad y se ha impuesto como la manera de ver y de representar. Desde el punto de vista de la percepción, el ojo, es hoy el elemento que articula “el pensamiento, la reflexión, la comunicación, la representación, el reconocimiento”, y por ello es una forma de construcción del pensamiento que permitió la generación de nuevos conocimientos científicos, a lo largo de todo el siglo XX. Y finalmente, la imagen es “información objeto de adoración, vehículo para la imaginación, dilución del ser, pérdida para ganarse como sujetos-con-un-lugar-en-el-mundo” (Burnett, 1995, citado por Rincón, p. 19).

Dentro de la cultura audiovisual, el cine se convirtió desde sus inicios como un saber compartido, que procreó comunidades académicas, estéticas y creativas. Dice Rincón que “el cine pasó a los altares de la reflexión y la adoración porque en este arte la sociedad puso en actividad lo imaginario, la ilusión, lo onírico” (p. 21). Para filósofos como Deleuze el cine debe hacer “teoría como práctica conceptual”, y para cineastas como Godard, el cine “es arte (y) la televisión es cultura; la cultura no tiene nada que ver con el arte. La cultura responde a necesidades, no a deseos” (p. 27).

Para Lischi el vídeo (referido a su expresión de punta, el video-arte) “representa una especie de edad adulta de la comunicación, una edad en donde una mirada plural y abierta, una exploración minuciosa de los visible y lo invisible que no se parece a la visión frontal o a la abstracción del mapa, sustituye a los esquematismos de las ideologías y a las demasiado rígidas y cómodas líneas de los confines…” (idem.).

Respecto de la televisión Rincón señala que es, en síntesis, “el medio más potente porque es desde su presencia cotidiana e industrial que la mayoría de la población reconoce y aprecia las nuevas formas de lo audiovisual inventadas en el cine y el video.

Como ya sabemos la televisión ha sido denostada por académicos, intelectuales, maestros y padres de familia. Se ha llegado a decir de ella que es el peor mal que le ha sucedido al mundo. Para otros la TV ha tenido y tiene una influencia “valoral y comportamental” porque se siente en la vida de cada uno; para algunos más, la explotación comercial que conlleva les ha causado horror por el “empobrecimiento del imaginario social”. Finalmente, para unos pocos, la TV es uno de los grandes inventos que permite fabular la vida y contarse al infinito, y para las culturas populares es una “estrategia para reconocerse en su memoria y experiencia sentimental” (p. 29). Es Jesús Martín-Barbero quien ha realizado una especie de exorcismo del medio televisivo, ofreciendo una nueva manera de pensar y reflexionar. Dice Martín-Barbero que la “televisión ocupa un lugar estratégico en la cultura cotidiana de las mayorías, en la transformación de las sensibilidades, en los modos de percibir el espacio y el tiempo y de construir imaginarios e identidades…” (citado por Rincón, p. 30).

Omar Rincón va más allá y define a la TV en su “complejidad social, narrativa, cultural y mercantil para desde ahí reflexionar sobre las éticas y las estrategias de poder que se ponen en evidencia en su acción simbólica sobre la sociedad” (Ídem.). Hoy la televisión ha logrado imponerse en la lógica dominante para todos los procesos que se pretende comunicar a la sociedad, es en sí, la comunicación social.

En lo que Rincón denomina el ambiente televisión, este medio se ha convertido en el principal agente de socialización. Después de dormir, trabajar o estudiar, es la tercera actividad realizada por los integrantes de la sociedad. Y ello influye de manera determinante en las formas de comportarse y valorar, en las costumbres, actitudes y conductas que vemos reproducidas en la mayoría de la población. En este sentido ha dejado atrás a otras instituciones antes fundamentales en el proceso de socialización como la familia, la religión, la escuela y la pertenencia a una etnia. Su presencia en la vida cotidiana ha llegado a límites insospechados pues está en la vida misma de los sujetos en su acción e intercambio diario.

Otro aspecto importante que Rincón señala es el de la TV como lugar de la política. Si bien la TV no ha desplazado a la plaza pública como centro neurálgico de la actividad política en la sociedad, ésta se ha visto transformada pues el debate de las ideas encuentra en la TV “un mecanismo potente de comunicabilidad” (p. 35). Quién imaginaba ver a los candidatos a la presidencia bailando el pasito tun-tún en los programas matutinos, o dejándose entrevistar por algunos cómicos (Trujillo, Ramones), con el objetivo de llegar a numerosas audiencias. Recordemos lo que señalaron diversos críticos respecto de la fallida ausencia de López Obrador en el primer debate televisivo. El hecho de haber dejado su espacio vacío, constituyó un duro golpe para su campaña, pues en la percepción de la gente debió haber participado.

Para Rincón la TV como lugar educativo no es una opción sino una necesidad. Señala el autor que los niños rinden más en la escuela y tienen ventajas cognitivas sobre aquellos que no ven televisión. Habría que preguntarle si también hacen la tarea, pues en muchos casos los niños que ven televisión, olvidan hacer sus trabajos escolares. Ya lo dijo Monsiváis para el caso mexicano: la verdadera secretaría de educación es la TV. Y esto es más que ser una escuela paralela.

Por último, Rincón invierte los papeles de la programación y la publicidad, al decir que la TV “es comerciales rellenos de programas”. Y tiene razón pues las audiencias conocen perfectamente aquellos productos con los que ha establecido una relación de años sean detergentes, dentífricos, papel higiénico, golosinas, refrescos, etc. Lo que omite decir es que cada vez más son las grandes compañías, las transnacionales, las que se han apoderado de los espacios comerciales y publicitarios. Como contraparte Rincón nos dice que la TV sea “uno de los lugares menos innovadores que existen en nuestra sociedad” (p. 40), pues busca contenidos simples, maneras sencillas de interpelación y nivelar por lo bajo.

Habría que preguntarnos qué tanto de lo señalado por Omar Rincón puede aplicarse a los diferentes sistemas de televisión existentes, y a las características de dichos sistemas en países desarrollados y en vías de desarrollo.

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