viernes, 1 de agosto de 2008

Control de Lectura 8

Violeta bicolor

PÉREZ TORNERO, J. Manuel, 2000, “Introducción” y “Las escuelas y la enseñanza en la sociedad de la información” en Comunicación y Educación en la Sociedad de la Información, Paidós, pp. 17- 57.

El siglo XX conoció dos modos de producción: el capitalismo y el comunismo. Si bien eran modelos antagónicos en cuanto a las formas de apropiación y distribución de los bienes, ambos estaban fundados en medios de producción de tipo industrial que se basan en la mecanización del sector productivo, en la masificación de la producción y el consumo, y en el modelo fabril de organización y división del trabajo. La caída del comunismo a fines de los años 80, estuvo aparejada con el impulso de una nueva fase del capitalismo: la globalización del mercado con el sustento ideológico del neoliberalismo. Al iniciarse el nuevo siglo, con la conformación de bloques económicos y políticos, y con la hegemonía del capital financiero, se anuncia una “tercera vía”.

Para las sociedades atrasadas (cierta parte de Asia, África y Latinoamérica) las crisis económicas sucesivas y el aumento de grandes conglomerados de pobres, han dividido al planeta en “un mundo desarrollado según estándares de bienestar y confort y otro sometido a la penuria, el hambre y la miseria” (p. 20). Esta es la brecha entre países ricos y países pobres, entre el norte y el sur, entre la tecnología y su carencia.

En estrecha relación con la economía capitalista durante la segunda mitad del siglo XX, surge la denominada cultura de masas, con los Estados Unidos como polo indiscutible del poder económico, militar y financiero. Con las grandes cadenas de televisión al frente, la industria de la cultura estadounidense impuso a nivel mundial modelos, estilos, temas, géneros, que articularon una cultura de masas que se impuso con mayor o menor intensidad a otras culturas nacionales o locales.

Pérez Tornero quiere hacer notar en su texto, cómo es que se corresponden los modelos económicos con el tipo de cultura y con los medios que producen, ponen en circulación y modelan esa cultura. Así, la masificación de la producción y el consumo requiere de medios masivos para poder difundir “un mensaje a un público amplio, disperso geográficamente y que se correspondía con niveles dispersos de estratificación social” (p. 23). Y el medio de masas que sirvió a tales fines ha sido la televisión. Sus características esenciales son:
  1. Un lenguaje audiovisual que no requiere de alfabetización alguna,
  2. Una tecnología de difusión que aseguraba un control centralizado,
  3. Un acceso directo al hogar y al entorno de los usuarios, y
  4. Una capacidad de globalización que ha estado en consonancia con el capitalismo en su fase actual.
Como señala Pérez Tornero “la cultura de masas representa, en esencia, el triunfo de la comercialización sobre todos los aspectos de la vida cultural” (p. 25). El avance tecnológico en las dos últimas décadas del siglo pasado trajo consigo un cambio progresivo en la televisión “de un medio masivo tradicional a un medio interactivo de nueva generación. Para ello han tenido que converger dos progresos tecnológicos considerables: 1) la digitalización; 2) la extensión de la difusión vía satélite o vía cable” (Id.).

Este nuevo escenario tecnológico es el que ahora se presenta como un desafío a la enseñanza en general y a la escuela en particular. Ésta, por su parte, ha intentado una renovación tecnológica que en términos generales ha sido pobre. Mientras que en el entorno comunitario de los alumnos ha habido un despliegue impresionante de medios y de tecnología, en el aula y en la escuela se siguen los mismos modelos de enseñanza y un espacio físico que viene de milenios atrás. Podemos decir, como señala Pérez Tornero, que la escuela ha reducido y especializado su papel educativo, a la enseñanza de la lecto-escritura.

Las transformaciones ocurridas en el sistema industrial-financiero-militar, apuntalado por una incesante innovación tecnológica y bajo la dirección del capital financiero internacional, han dado lugar a la llamada sociedad de la información y al nuevo discurso consumista. Y con ella han surgido centros de investigación con los que mantienen y producen los medios, que han desbordado a las universidades y a las escuelas como instituciones poseedoras de la racionalidad y del conocimiento.

La escuela ha quedado fuera del contexto social que la rodea y, por tanto, ha perdido su función educativa por excelencia. Esto ha traído consigo una uniformidad de saberes producto de un currículo único y una enorme burocracia centralizada (por ejemplo, la SEP); los maestros son los que están menos actualizados y continúan enseñando mediante el “viejo estilo de aprendizaje libresco” (p. 48); estilo en el que los alumnos ya no encuentran los elementos básicos de su escolarización.

Como dice Pérez Tornero: “hay, pues, un desfase entre lo que demanda el entorno social y lo que los centros educativos están en condiciones de ofrecer. Lo cual está haciendo avanzar una conciencia generalizada de crisis” (Id.). Esta crisis generalizada podemos encontrarla en el currículo escolar, en el anacrónico papel de los maestros, en el “escriturocentrismo” de la escuela, en la escasa implantación de recursos tecnológicos, en el “modelo de valores y de sistema de sociabilidad”, y por último, en los procesos obsoletos de gestión, organización y gobierno de la institución escolar. (Pensemos en la UNAM y el añejo ritual para el cambio de rector, en la propia SEP y en el SNTE).

Esta crisis de la educación en su conjunto requiere, señala Pérez Tornero, de profundas transformaciones en una doble dimensión: intelectual y práctica. Para la primera se necesita reformular los principios, la filosofía y los lenguajes con los que trabaja. Para la segunda se requiere la transformación de la infraestructura, los instrumentos y las reglas. Por supuesto que esto no se logra sólo con las buenas intenciones y mediante un discurso en apariencia innovador, pero que mantiene el estado de cosas. El sistema educativo mexicano se encuentra detenido desde hace mucho tiempo; son pocos los intentos por establecer una política educativa transformadora; la educación básica y superior sigue formando a millones de alumnos con el mismo modelo, de ahí, en gran parte, su fracaso; son pocos los profesores que manejan diversos medios y nuevas tecnologías en sus clases, etcétera.

Puedo decir, como docente, que los alumnos están en mejor disposición de aprender con los medios que sin ellos; que muchas veces sus conocimientos están por encima de lo que el maestro considera el “conocimiento”; que sus habilidades y competencias son otras, distintas a las del profesor. Aquí el problema es la consabida situación económica y política del país. No puede hacerse a un lado y querer transformar la educación como si fuera una isla o un ente aparte del contexto social. Por ello la pregunta qué podemos hacer es: ¿qué debemos o qué queremos hacer con este país? Y de ella desprender al ámbito educativo otras preguntas como: ¿qué tipo de educación requieren los mexicanos?, ¿cómo vamos a definir los principios, la filosofía y las reglas para una educación acorde con las transformaciones que estamos viviendo?, ¿qué tipo de escuela demanda la sociedad?, ¿cómo vamos a cambiar la mentalidad de los profesores y cómo vamos a formar a los nuevos docentes?, entre muchas otras.

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