jueves, 3 de enero de 2008

Control de Lectura 3: Reseñas 1 y 2

Reseña 1

Orozco, Guillermo, 2001, “Audiencias, televidencias y mediaciones: un reconocimiento preliminar”, en Televisión, Audiencias y Educación, Editorial Norma, capítulo 1, pp. 19-37.

Guillermo Orozco (2001) hace en este capítulo de su libro Televisión, Audiencias y Educación, un primer acercamiento a tres conceptos claves en sus estudios, a saber: las mediaciones, la televisión y las audiencias.

Para el autor la televisión está presente, en algunas de sus modalidades, en prácticamente todos los hogares de América Latina. Y debemos reconocer que la televisión, al menos en el caso mexicano, ha sido producto de “decisiones políticas y económicas específicas” (p. 20). Por ello, se plantea una pregunta que trata de responder a lo largo de su libro: “¿Cómo asumir la televisión que se nos ofrece y tenemos, de manera inteligente, productiva, crítica e independiente, que posibilite la diversión, la educación, la información y el desarrollo deseable de sus audiencias?”

En un primer acercamiento debemos reconocer que “una de sus experiencias más ‘vitales’ y definitorias de los sujetos sociales contemporáneos… son justamente sus televidencias” (p. 21), a las que debemos agregar el conjunto de interacciones que se producen por medio de “escuchas, lecturas, cinevidencias, escenovidencias y navegaciones ciberinformáticas” (Ibíd.). Y esto lleva al autor a hacerse otra pregunta clave: “¿cómo hacer del intercambio de subjetividades y emociones, más que de nociones y racionalidades puestas en juego, un espacio propicio para el develamiento de la televisión y de los propios sujetos audiencia frente a ella, de tal manera que esa experiencia resulte emancipatoria y contribuyente a sus aprendizajes permanentes?” (ib.).

Las audiencias

Este término que proviene del latín audientia, expresa de manera genérica tanto la acción de “recibir y emitir información”, como el lugar para “exponer y escuchar los argumentos de todas las partes involucradas” (p. 22). Su sinonimia con el término “público”, entendido éste como el conjunto de espectadores, también llamado auditorio, ha quedado reducido a la simple acción de recibir.

Guillermo Orozco y otros investigadores latinoamericanos del fenómeno de la comunicación y de los medios masivos, han optado por analizar el fenómeno de la recepción desde la audiencia misma. Una reflexión de este ser audiencia que cada vez más define a los sujetos no tanto por criterios como la edad, el género y otros, como por su inmersión en una “espiral de mediaciones” que rompe con la fronteras convencionales y enfatiza “el juego de subjetividades, de modos de percepción y reconocimiento, ubicados en el ámbito de los simbólico” (p. 24).

La definición que propone Orozco (p. 23) considera que la audiencia es el conjunto de los sujetos sociales, de carne y hueso, activos e interactivos, si bien segmentados, que traban una relación por medio de referentes mediáticos, y esto es lo que los hace entrar en contacto, unos con otros. El proceso de la comunicación no puede seguirse entendiendo como la emisión-recepción, donde el emisor y los medios son el elemento jerárquico, dominante, respecto del elemento receptor.

Dado que la mediación fundamental entre los sujetos contemporáneos proviene del medio televisivo, Orozco llama “televidencia” a “la definición compleja de recepción, pero en referencia solamente a la televisión” (p. 23). La mediación, por tanto, debe ser entendida como un “proceso estructurante que configura y orienta la interacción de las audiencias y cuyo resultado es el otorgamiento de sentido por parte de éstas a los referentes mediáticos con los que interactúa” (p. 23).

Este complejo proceso de televidencias puede ser mejor entendido a través de las cuatro dimensiones de la televisión, a saber: “Lingüística, mediática, técnica e institucional” (p. 27).

La primera se refiere al lenguaje y a la gramática de la televisión. Como lenguaje la televisión es un compuesto de audio-video, en movimiento, que va acompañado de otros lenguajes como la música, la escritura y el lenguaje verbal. Se rige por la lógica del relato (la narración, la manera de contar) y se expresa mediante “la yuxtaposición, el collage, el mosaico” (p.28), por sobre el discurso lineal. El lenguaje televisivo se orienta más a connotar, a sugerir, a asociar, que a significar.

La mediacidad televisiva nos habla de las audiencias cuya interacción se realiza en formatos y géneros propios de la televisión. Esta interacción e intercambio tiene lugar en un flujo de relatos, que aparentan no tener fin. La oferta televisiva está empaquetada en “tipos definidos de programación” (p. 30), como pueden ser: barras, horarios, series, canales, que atienden a “las lógicas mercantiles y necesidades de segmentación de nichos de audiencia” (ibid.).

La dimensión técnica de la televisión en la actualidad trae consigo una manera de apropiarse de ciertas opciones que influyen en la televidencia del sujeto: sonido, contraste, cambio de canal; además es posible hacer uso del aparato para diversos fines: televisión, monitor, pantalla de videojuegos. Un aspecto importante de la videotecnología lo es su enorme “capacidad de representación” (p. 33), ese simulacro de la realidad.

La dimensión institucional de la televisión se ha formado, al menos en Latinoamérica, en un complicado maridaje entre el poder y la televisión. El caso de México es ilustrativo en la región. El PRI, partido en el poder durante décadas, tuvo una estrecha relación con la empresa Televisa, y televisión Azteca, surgió al amparo de una decisión presidencial. En apariencia la autonomía de las televisoras frente al poder, es realmente motivo de negociaciones entre los grupos de concesionarios y aquellos que detentan el poder político y económico. La llamada ley Televisa es una muestra clara.

La hegemonía conquistada por las empresas de televisión respecto de las audiencias, tiene como sustento las complicidades de las propias televidencias, pues como señala Orozco “si los sujetos-audiencia como tales no nacieron, se fueron haciendo, pueden ser de otra manera. Su educación como audiencias enfrenta, sobre todo, el reto de su hechura, de su constitución alternativa” (p. 37).

Reseña 2

SARTORI, Giovanni, 1998, “La Primacía de la Imagen” en Homo Videns, la Sociedad Teledirigida, Taurus, (pp.23-40).

Giovanni Sartori (1998) hace un estupendo resumen de los antecedentes del lenguaje humano, cuya ruptura tiene lugar hacia 1950, con la irrupción de la televisión en el mundo. En esta reseña trataremos de señalar los aspectos más sobresalientes de sus ideas.

Fue Ernst Cassirer (1948) quien desde una óptica simbólico-lingüística, se refirió al ser humano como a un “animal simbólico”, y con ello acota una de las diferencias más notables entre los animales superiores: el lenguaje, la capacidad de crear símbolos que dan sentido a la vida concreta de los hombres. Esa capacidad que se materializa en la articulación de sonidos y de signos provistos de significado.

Pero el lenguaje “no es sólo un instrumento del comunicar, sino también del pensar”. Walter Benjamín, en un ensayo de 1916 (“Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los hombres”), ya señalaba que “la realidad del lenguaje no se extiende sólo a todos los campos de expresión espiritual del hombre ­–a quien en un sentido u otro pertenece siempre una lengua– sino a todo sin excepción” (1971, p. 145).

Un rasgo típico de las civilizaciones es la invención del lenguaje escrito, si bien éste era privilegio de unos cuantos. Es con la imprenta (1452) con la que se da un “salto tecnológico”, dice Sartori (p. 25). Con ella tiene lugar la transmisión escrita de la cultura a públicos cada vez más amplios.

Ya en siglo XIX aparecen nuevos medios (el telégrafo y el teléfono, que son los que inauguran una nueva etapa de la comunicación humana: las comunicaciones a distancia dotadas de inmediatez). Con la radio se instaura, a principios del siglo XX, el primer medio de difusión a gran escala. Así vemos que junto con los libros y los periódicos, el telégrafo, el teléfono y la radio, son medios que tienen como sustrato de sus comunicaciones a la palabra, como sonido y como signo lingüístico.

La llegada del televisor y de la televisión, irrumpe en este largo devenir del lenguaje basado en los sistemas lingüísticos, para instaurar a la imagen que puede “verse” a distancia, o para plantearlo de otra manera, el hecho de llevar “ante los ojos de espectadores cosas que se pueden ver en cualquier sitio, desde cualquier lugar y distancia” (p. 26). Ello conlleva la consideración de que, en adelante, el hombre será más un “animal vidente que un animal simbólico” (ibídem.). Se entra de lleno en una sociedad en la que las imágenes adquieren supremacía sobre las palabras.

El avance tecnológico que se inicia con la revolución industrial trajo consigo una desconfianza hacia las máquinas, pues éstas venían, en los hechos, a sustituir al hombre. Por el contrario, los nuevos medios de comunicación han sido vistos no como máquinas hostiles sino como inventos que favorecen la “difusión de información, ideas y cultura” (p. 30). El reparo social hacia estos medios no ha estado en relación con el medio en sí, como con los contenidos que difunde.

Bien sabemos que dentro de la cultura escrita los libros han sido objeto de censura, de destrucción, pues el contenido del que son portadores atentaba, según los propios censores, contra el orden establecido. Recordemos que el inicio de los estudios de las comunicaciones de masas en los Estados Unidos, éstos están relacionados con los contenidos y los efectos de los periódicos y del cine. Por lo cual, dice Sartori, no debemos confundir “nunca el instrumento con sus mensajes, los medios de comunicación con los contenidos que comunican” (pp. 30-31).

La sucesión de medios en los dos últimos siglos ha creado diferentes maneras de usar y consumir los contenidos que aquellos difunden, que están dadas por la naturaleza de cada medio. Si comparamos el teléfono y la radio con la televisión, salta inmediatamente que la manera de percibir unos y el otro, son de naturaleza distinta. El teléfono ponía en contacto a dos personas en el acto de hablar y escuchar. La radio, por su parte, venía a ser el primer medio de difusión de la palabra a gran escala, entre un emisor y un público numeroso. En el caso de la televisión, que permite ver lo que se difunde a través de la pantalla, la oralidad se mantiene, si bien en un segundo plano, como refuerzo y comentario de las imágenes que vemos.
Sartori hace una serie de comparaciones sobre las características de los sistemas lingüísticos y la imagen, que vienen a aclarar algunas imprecisiones respecto a estos dos elementos que hoy forman parte fundamental del entorno cultural humano. En lo que toca a la imagen señala que su “pura y simple reproducción visual” (p. 35), se nos da como un hecho, se ve.

La relación de la imagen con la televisión es, pues, fundamental. Para Sartori la televisión es más que nada una sustitución, “una permutación, una metamorfosis que revierte en la naturaleza del homo sapiens” (ibidem.). En este sentido, y desde el enfoque antropológico y sociológico, la televisión ha creado un nuevo tipo de hombre, el que Sartori llama desde el título de su libro: homo videns. Si en la Biblia se destaca el papel del verbo, de la palabra, con la televisión debemos decir, ahora, “en el principio fue la imagen”.

Para los niños nacidos bajo la irrupción de la televisión, que han dejado de usar el medio simbólico de la palabra y con ella de su lectura, como referente de racionalidad, de precisión, los niños de hoy que luego serán jóvenes y adultos, no tendrán un crecimiento y una maduración, sino un empobrecimiento desde el punto de vista cultural, de una “cultura de la incultura” (p. 39).

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