domingo, 20 de enero de 2008

Control de Lectura 4: Reseña 3

Castells, Manuel, 2003, “2. La cultura de Internet”, en La galaxia Internet, Barcelona, Random House Mondadori, pp. 57-89. DeBolsillo.

En este ensayo de Manuel Castells (2003), nos asomamos a la llegada de las nuevas tribus del norte, como aquella invasión de bárbaros que destruyó Roma, la capital del imperio más poderoso de la antigüedad. Sólo que estas nuevas “tribus tecnológicas” no están destruyendo nada. Afanosas, están sentando los cimientos de la nueva economía mundial que es ya presente y futuro. Como toda tribu, ésta trae consigo una serie de creencias y valores que dan sentido a su manera de comportarse, es decir, tienen su propia cultura.

Según Castells la cultura de Internet se caracteriza por cuatro estratos superpuestos, a saber: “la cultura tecnomeritocrática, la cultura hacker, la cultura comunitaria virtual y la cultura emprendedora” (p. 58). La articulación entre estas cuatro formas de cultura permite entender mejor tanto los inicios como el desarrollo del sistema tecnológico y comunicacional dominante en la actualidad. Cuando el mundo salía de la guerra fría, ya un selecto grupo de jóvenes (en su gran mayoría) se aprestaba a establecer las bases del nuevo sistema tecnológico que daría como resultado la cultura de Internet.

Pero quiénes son y cómo se relacionan estos cuatro estratos de Internet. Veamos uno por uno.

En el inicio de esta cultura están las élites tecnocráticas. Estos adoradores de la tecnología creían fehacientemente en el desarrollo científico y tecnológico “como componente clave del progreso de la humanidad”, lo que los hacía insertarse en la tradición que nos llega desde la Ilustración y la modernidad. En esta cultura el mérito se mide “por el grado de contribución a un sistema tecnológico que proporciona un bien común a la comunidad de descubridores” (p. 60). Y este sistema tecnológico es precisamente la conexión informática en red, esencia de Internet.

El posicionamiento de un grupo no muy numeroso que venía de la tradición académica y de los centros de investigación de punta, serán llamados algún día los “padres” de esta nueva época que se inicia con la cultura de Internet.

Tras el primer grupo, vienen los hackers (tan desprestigiados en los medios, pues se les trata como a una banda de criminales), cuyo papel ha sido central y definitivo en la construcción de Internet: por una parte son los innovadores de la nueva tecnología gracias al trabajo cooperativo y a la libre comunicación, y por la otra, la cultura hacker ha sido fundamental para conectar los conocimientos de la tecnomeritocracia con los proyectos empresariales que han colocado a Internet como punta de lanza en la sociedad. Para Eric Raymond, icono de esta cultura, “existe una comunidad, una cultura compartida de programadores expertos y magos de las redes que se remonta algunas décadas hasta los primeros miniordenadores a tiempo compartido los primeros experimentos de ARPANET” (p. 63).

Parece increíble que en los inicios mismos de este sistema tecnológico hayan surgido espíritus que se convirtieron en campeones de la libertad, la innovación y el disfrute. Y esto tiene su origen en que seguramente sus padres o sus hermanos mayores hayan sido partícipes de los movimientos contraculturales que tuvieron lugar en los años sesenta y parte de los setenta, cuando el rock, por ejemplo, era la música de protesta generalizada de los jóvenes.

En el tercer lugar, está la cultura comunitaria virtual, la de los usuarios de las redes informáticas: fueron ellos quienes desarrollaron y difundieron las nuevas formas y usos de la red: mensajes, listas de correo, chat, juegos, etc. La tribu comunitaria virtual tenía y tiene como campo de encuentro y de batalla la propia red. Un buen ejemplo es el Instituto para la Comunicación Global, que creó las primeras redes ligadas a movimientos sociales y de minorías étnicas, como lo fue el caso del zapatismo. Sin embargo, una característica de estas comunidades virtuales es que son efímeras, cumplen un ciclo y se desdibujan. Pero queda siempre latente la posibilidad (“la conectividad autodirigida”) de crear nuevas redes y nuevas comunidades.

El cuarto estrato cultural es el de los emprendedores. Esta es una palabra central de la economía actual. Como dice Castells “no sería exagerado decir que Internet ha transformado el mundo de la empresa, tanto como este ha transformado Internet” (p. 81).

El caso emblemático de esta cultura son las empresas que crearon el Silicon Valley. Esta nueva manera de generar ideas, de convertirlas en proyectos y de ganar dinero se ha convertido en la palanca de la nueva economía. Para esta tribu “la innovación empresarial y no el capital, constituyen la fuerza motriz de la economía Internet” (Ib.). Y es asombroso que el propio Castells diga que esta es “una cultura en que la cantidad de dinero que se gana y la velocidad a la que se hace, constituyen el valor supremo” (p. 82).

Y los prototipos de esta nueva cultura son Carlos Slim y Bill Gates. Son emprendedores natos, cuyo poder reside precisamente en la cantidad y en la velocidad con que han logrado una cuantiosa fortuna en pocos años. Aquello que lograron grandes consorcios o industrias gigantescas durante generaciones, hoy se ha logrado en décadas por un cerrado grupo de emprendedores.

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