jueves, 3 de enero de 2008

Control de Lectura 3: Reseñas 3 y 4

Reseña 3

Una apasionada aventura amorosa con la televisión
Postman, Neil, 1991, “11. La advertencia huxleyana”, en Divertirse hasta morir, Ediciones de la Tempestad, Barcelona, pp. 163-171.

A partir de dos grandes novelas del siglo XX, 1984 de George Orwell (1948), y Un mundo feliz de Aldous Huxley (1932), Postman nos plantea irónicamente la relación que se ha venido gestando entre los estadounidenses y la televisión. Y la llama: “una apasionada aventura amorosa”.

La sociedad orwelliana, controlada por el Gran Hermano (el Big Brother, una ironía más cuando recordamos el reality que lleva ese nombre), es una sociedad sometida tiránicamente. Se trata de un poder impersonal que encarna en el Partido omnipresente y todopoderoso, y que ha creado una policía del pensamiento para la vigilancia y el control, a niveles asfixiantes, de los individuos, particularmente de aquellos que no tienen el comportamiento señalado por el Gran Hermano.

Huxley, por su parte, nos relata la existencia de un mundo feliz que para llegar a él tuvieron que suprimirse, paradójicamente, muchas de las conquistas de la civilización: la familia, la filosofía, el arte, la literatura, la religión, etc. En ambas novelas los individuos han terminado por aceptar de manera complaciente el modo de vida que suprime cualquier propósito de cambiar el estado de cosas.

Neil Postman recurre a la lógica del absurdo para destacar esa relación entre el pueblo y la televisión. Todo se ha convertido en un espectáculo, la diversión a carcajadas es el objetivo inmediato y final de los programas. Resulta muy puntual el hecho de que ciertos programas de la televisión de los EE.UU. tengan como telón de fondo las risas, incluso aquellas que ríen con los chistes más malos y bobos.

En su divertida exposición, Postman recurre a los sinsentidos que en ocasiones son dichos con toda propiedad y con la certeza de estar diciendo algo cierto, a la manera de Gruocho o de Cantinflas. El ejemplo de la señora Babcock es para reírse a carcajadas, pues tiene la creencia de que la mejor manera para dejar de ver televisión, es viendo televisión.

Hay un aspecto muy importante que en las investigaciones estadounidenses se deja de lado en aras de la cuantificación, y que pondera el autor: la ideología. Dice que “Desconocer que una tecnología viene bien equipada con un programa de cambio social, insistir en que una tecnología es neutral, asumir que una tecnología es siempre amiga de la cultura es, en este momento, una insensatez pura y simple” (p. 165).

Vale la pena señalar la coincidencia entre las palabras de Postman y las ideas de Sartori respecto a los medios de la comunicación lingüística y la televisión. Para el primero, la introducción del alfabeto, de la lectura, de la imprenta, produce cambios en los hábitos cognitivos, en las nociones de comunidad, arte, historia, en las configuraciones de los signos y los símbolos de una cultura en particular. Para el segundo, la ruptura entre los instrumentos de la palabra y la televisión, ha traído consigo la “cultura de la incultura”.

Y en el mismo sentido Postman se hace una serie de preguntas sobre la tan ensalzada información: ¿qué es la información?, ¿qué significa la sociedad de la información? Y muchas más que, dice, tal vez sean el medio por el que los estadounidenses comiencen a replicarle al televisor”.

Postman se hace la pregunta de cómo podemos tomar conciencia de los efectos de la información, y se responde de dos maneras: la primera, como una tontería, dice que se deberían producir programas televisivos a la manera de los corrosivos Monty Python, “pues la idea sería la de provocar una carcajada por todo el país acerca del control de la televisión sobre el discurso público” (p. 169). La segunda respuesta, marcada por la desesperación, consiste en la de “apoyarse en el único medio masivo de comunicación que, en teoría, es capaz de enfrentarse con el problema: nuestras escuelas” (p. 169-170). Y en lo personal me parece muy sensata su respuesta. Dónde si no en la escuela pueden abrirse los espacios para la discusión, la reflexión y la búsqueda de soluciones. Pero el retraso que hay en las propias escuelas es lamentable, incluso, para examinar el papel de la cultura escrita, impresa.

La escuela debe plantearse la pregunta de cómo los jóvenes pueden usar la televisión, el teléfono, la computadora, etc. Pero la pregunta radical es cómo se puede utilizar la educación para controlar la televisión y los demás instrumentos tecnológicos. El trecho que nos lleve a la formulación de estas preguntas, debe tomar en cuenta que en la cultura se producen cambios muy lentos, como lo fue el paso de lo oral a lo escrito y de éste a la imagen.

Reseña 4

Orozco, Guillermo, 1996, “Televidencias y mediaciones. La construcción de estrategias por la audiencia”, capítulo 5, en Televisión y audiencias, un enfoque cualitativo, Madrid, Ediciones de la Torre, Proyecto Didáctico Quirón, Nº 45, pp. 79-94.

A fines de los años ochenta, con el surgimiento de un nuevo enfoque sobre los procesos de recepción de los mensajes de los medios de comunicación, se inició el interés académico por “resolver el componente más importante, temido y desconocido del fenómeno de la televidencia: las audiencias” (p. 79).

La interpretación anterior a esos años consideró siempre dos cosas: primera, la preeminencia del emisor y del medio en sí, y segunda, la consideración del receptor como sujeto amorfo y pasivo.

El arribo conceptual de las audiencias como “ente colectivo y activo”, dio inicio a una serie de investigaciones que han cambiado la orientación de la investigación en comunicación, de manera particular en “la comprensión de la televidencia dentro de la tradición de estudios críticos de audiencia” (p. 80).

Los estudios del autor sobre esta veta de investigación tienen como base “la teoría de la estructuración de Giddens (1948), la teorización de la mediación cultural de Martín-Barbero (1986) y mi propia conceptualización de la recepción y las mediaciones en su proceso a partir de mi trabajo empírico con teleaudiencias (Orozco, 1992)”.

Un concepto fundamental en los trabajos de Orozco es, precisamente, el de televidencias. En un primer acercamiento este término se asociaba con la “duración” temporal del proceso de ver televisión, y se reducía al momento en que el individuo encendía y apagaba el televisor. Desde esta perspectiva se enfatizaba únicamente, la exposición ante la TV. Con el estudio de Morley (The Nation Wide Audience, 1980), se introducía el término negociación, que había entre los significados dominantes de la TV y las audiencias. Por último, el concepto de polisemia (Fiske, 1981), centraba su atención en la calidad de los textos televisivos.

Un segundo término apreciado por Orozco es el de mediación, elaborado por Martín-Barbero (1987), que debe entenderse como “esa instancia cultural ‘desde donde’ el público de los medios produce y se apropia del significado y del sentido del proceso comunicativo” (p. 83).

En el campo de la televidencia Orozco propone que el concepto de mediación sea entendido como un “proceso estructurante que configura y reconfigura tanto la interacción de los miembros de la audiencia con la TV como la creación por ellos del sentido de esa interacción” (p. 84).

Es importante señalar las fuentes de la mediación en un abanico muy amplio que va desde la edad y el género de los individuos, hasta la cultura, la política y las instituciones sociales. Orozco aclara que la mediación es algo que se infiere, más que sea un objeto observable, de ahí su complejidad. El autor considera que son cuatro las mediaciones fundamentales: la mediación individual, la situacional, la institucional y la videotecnológica.

La mediación individual parte de la mediación cognoscitiva, que se refiere a la mediación por la cual el sujeto conoce. Esta primera mediación individual viene acompañada por las mediaciones de género/sexo del individuo, por la edad, la etnia a la que pertenece, y que deben ser consideradas dentro de medios culturales concretos.

La mediación situacional hace referencia a los espacios situacionales tales como el hogar, y dentro de él las características de los escenarios en los cuales interaccionan los miembros de la familia con el televisor: la sala, el comedor, la sala de estar, los dormitorios. Pero también deben considerarse otros escenarios como la calle, las reuniones de amigos, el centro de trabajo, la escuela y otros.

La mediación institucional es un ámbito que está entremezclado en distintos espacios y niveles, en los que las relaciones de poder y las reglas establecidas son fundamentales en la interacción de las audiencias y la socialización de los individuos. No es lo mismo una discoteca, que un centro deportivo, o que una delegación política o policíaca. Por ello, “las instituciones se distinguen entre sí por las diferencias en su acumulación del poder, autoridad, recursos y mecanismos de mediación” (p. 89).

La mediación tecnológica, por último, es una característica fundamental de la televisión. El alto grado de verosimilitud que encarna la TV como medio electrónico audiovisual refuerza la eficacia de su mediación. También lo es en términos de su poder de representación y de los llamados géneros televisivos que permiten una ubicación concreta del medio respecto de su audiencia.

Como comentario al margen quiero decir que este texto me pareció esclarecedor en muchos sentidos, sin embargo, me parece complejo en otros. Es, por supuesto, el esfuerzo de teorización de fenómenos concretos en el ámbito comunicativo, a partir de un paradigma que está en plena formación y desarrollo.

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